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Volviendo al pasado (parte III)

Volviendo al pasado (parte III)

Fueron 10 meses en que todo estaba saliendo bien. El sueño de casarme con mi primer novio realizándose. El novio de mis sueños. Y el futuro que tanto había planeado tener: casarme con un pastor y, a su lado, hacer la Obra de Dios.

Esa fue una de las épocas en las que más me valoré, pues toda aquella atención fortaleció aún más mi autoestima (una prueba más de que nuestro sentido de identidad es influenciado por como los demás nos ven y nos tratan). Si hasta conocer a Renato yo era la hija más “sin gracia”, al conocerlo, me volví la hija que iba a casarse en breve. Toda la atención de la familia se dirigió a mí. Nos casamos, pasamos nuestra luna de miel en Bahía y enseguida Renato fue transferido a Nueva York por razones de trabajo. Yo aún no tenía conciencia de los bagajes que cargaba desde mi infancia. Con su atención puesta totalmente en el trabajo, aprender inglés y enfrentar un desafío muy grande en un país totalmente extraño, no sobró mucha atención para mí.

Mis bagajes salieron a la luz y yo me perdí de nuevo. Renato tomó el lugar de mi hermana. Se volvió más importante que yo. Y fue entonces el comienzo de nuestras luchas en el matrimonio. La verdad es que yo había logrado componer mi relación con Dios, pero aún no había resuelto mi relación conmigo misma. Como consecuencia, mis relaciones con otras personas, especialmente con Renato, comenzaron a sufrir.

Una de las señales de eso fue que comencé a amar a Renato más que a mí misma, a hacer de él la persona más importante para mí después de Dios. Yo dependía de él para todo. Recuerdo un día en que Renato y yo estábamos peleándonos y él me preguntó: “¿Dónde está aquella Cristiané que conocí durante el noviazgo?” En esa época eso me destruyó, pero fue bueno porque me llevó a pensar. Yo sabía que había cambiado, pero lo peor es que no sabía por qué; y sólo entendí cuando aprendí a tener una relación conmigo misma.

Usted nunca podrá amar a alguien que no conoce. Por eso, para amarse, necesita conocerse. Conocer sus raíces, sus defectos y virtudes, entender sus comportamientos, porque usted hace las cosas que hace – y entonces hacer las paces con usted mismo. Hacer las paces significa aceptarse, entender que usted tiene valor independientemente de sus defectos. Su valor está en quien usted es, no en lo que usted hace o en lo que tiene. Cuando entiende que tiene valor como persona, usted comienza a trabajar en sí mismo para eliminar malos hábitos, comportamientos nocivos y pensamientos equivocados a su respecto. Y eso va aumentando su valor con el tiempo.

Antes de conocerme, yo me veía tonta frente a mi hermana, sin gracia frente a mis padres y burra frente a Renato. Pero después de que finalmente me descubrí, me entendí y comencé a amarme, no sólo me veo sin límites como mujer, sino que también resolví mi relación con mi marido y con las demás personas.

Autor: Obispo Renato y Cristiane Cardoso

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