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Mujer
Una bonita mañana de domingo, estaba sentada en la primera fila y me parecía que eso era suficiente a fin de cuentas, estaba en la iglesia desde niña. Conocía todas las historias de la Biblia y tenía perfecto conocimiento sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal. Allí estaba yo, una adolescente que no tomaba drogas, no iba con malas compañías, no iba a fiestas o discotecas, no bebía, no tenía novio y no mentía. Aquel día, el obispo predicó sobre la parábola de la cizaña y, de repente, mi corazón comenzó a latir más fuerte. No sabía el porqué, pero empecé a tener la impresión de que era cizaña y no trigo. ¡No conseguía entender nada, al fin y al cabo, era prácticamente una “santa”! ¡Porque me sentía como si no fuese trigo, es decir, como si no fuese hija de Dios!
En seguida, el obispo pidió que fueran delante del altar aquellos que habían reconocido su condición espiritual y que, por eso, les gustaría tener un verdadero encuentro con Dios. Todo tipo de pensamientos vinieron a mi mente en aquel instante. Si iba delante del altar, mi familia y mis amigos me verían y descubrirían que los había estado engañando durante todo aquel tiempo. Estaba muy avergonzada, por eso, pensé en quedarme y hacer mi oración allí mismo, donde estaba. Mientras tanto, algo me decía que debía quebrar mi orgullo para poder conocer a Dios. Tenía que renunciar a mi imagen delante de los otros; ese era el precio que tenía que pagar. Entonces, fui hacia delante. Sentí que todos me miraban, pero estaba determinada a despojarme de aquella imagen de “santa” y ser quien realmente era delante de Dios.
Aquel fue el último minuto de mi vieja vida. Tenía 15 años de edad cuando tuve mi verdadero encuentro con el Señor Jesucristo. No estaba llena de pecados, pero era una pecadora. No vivía en el error, pero estaba equivocada. Aquel fue el día más feliz de mi vida; hasta ese momento oía hablar de Dios, pero no Le conocía de verdad. No conseguía dejar de llorar y, cuando la oración terminó, quería abrazar a todas las personas que estaban a mi alrededor; quería subir a una montaña muy alta y hablar del Señor Jesús para el mundo entero. Simplemente no conseguía dejar de sonreír, era como si hubiera vuelto a ser una niña. Después de aquel día, me di cuenta de lo vacía que había estado mi vida; lo insegura y miedosa que había sido, con la mente infectada de malos pensamientos; de cómo mis planes para el futuro habían sido triviales y dudosos. Para ser sincera, no conseguía entender lo que era la iglesia, quién era el Espíritu Santo, quién era Dios. Sabía que era el camino adecuado, pero no sabía el porqué.
Me convertí en una nueva Cristiane. Todo empezó a tener sentido, todo se volvió claro y simple después de aquel día. Ya no tenía miedo de hablar del Señor Jesús porque ¡ahora realmente Lo conocía! Simplemente me convertí en una nueva persona – la mujer que soy hoy. Cuando miro hacia la vida que llevaba antes de nacer de Dios, tengo la sensación de que vivía vacía como si fuese otra persona. Es difícil explicar el cambio que se produjo en lo más profundo de mi ser. Solamente la persona que realmente es nacida de Dios consigue entenderlo. Muchas personas tienen dificultad para entender por qué todavía no nacieron de Dios. No hay secretos. Simplemente renuncia a tu orgullo y reconoce que necesitas conocer a Dios y Él hará el resto.
Continuará…
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Autor: Cristiane Cardoso
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